The Value of Cognition and Affectivity in
Psycho-Collective Analysis
Gabriela
Rodriguez
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Carlos
Juárez
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Maria
del Consuelo Ponce
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Dirección para Correspondencia
Universidad Autónoma del Estado de México, México
Dirección para Correspondencia
RESUMEN
En el presente documento se delinean los elementos que llevan a considerar la realidad psico-colectiva como hecha de comunicación cotidiana, donde se conjugan los afectos y las cogniciones que le dan sentido. Esta realidad está hecha de comunicación intersubjetiva desde el principio de experiencia compartida y de desarrollo de sentido común. Su ofrecimiento es la posibilidad de transformar, aprender, construir, de asimilar la cultura de la organización, en el entendido que la realidad colectiva no solamente está constituida de acción recíproca entre dos o más objetos, sino también de coincidencia en el tiempo y espacio. La lectura psico-colectiva que se propone permite distinguir la dicotomía individuo-sociedad y recuperar la lectura terciaria que considera a lo otro, (cultural, contexto) para encontrar el sentido de lo colectivo.
En el presente documento se delinean los elementos que llevan a considerar la realidad psico-colectiva como hecha de comunicación cotidiana, donde se conjugan los afectos y las cogniciones que le dan sentido. Esta realidad está hecha de comunicación intersubjetiva desde el principio de experiencia compartida y de desarrollo de sentido común. Su ofrecimiento es la posibilidad de transformar, aprender, construir, de asimilar la cultura de la organización, en el entendido que la realidad colectiva no solamente está constituida de acción recíproca entre dos o más objetos, sino también de coincidencia en el tiempo y espacio. La lectura psico-colectiva que se propone permite distinguir la dicotomía individuo-sociedad y recuperar la lectura terciaria que considera a lo otro, (cultural, contexto) para encontrar el sentido de lo colectivo.
Palabras
clave: estructura psíquica colectiva,
intersubjetividad, comunicación, sentido
ABSTRACT
This document delineates the elements that lead to
take psycho-collective reality as made out of daily communication, where
affection and cognition combine to give it sense. This reality is made out of
inter-subjective communication, rooted on the principle of shared experience
and the development of common sense. It offers the possibility of transforming,
learning, building, assimilating the organizational culture, understanding that
collective reality is not solely made out of reciprocal action between two or
more objects, but also out of coincidence in time and space. The psycho-collective
reading that is here proposed allows us to recognize the individual-societal
dichotomy and to recapture the tertiary reading which takes into account other
elements (culture, context) in order to discover the sense of the collective.
Keywords: collective psychic
structure, intersubjectivity, communication, sense
Introducción
Para llevar a cabo la
explicación de la estructura psíquica colectiva, se parte de la idea
tradicional de la organización psíquica. Ésta se ha revelado como hecha de
aspectos racionales e irracionales o cognición y afectos, que hacen su
aparición pero de manera separada. Los límites entre una y otros pueden ser
identificables, incluso manipulables. Esto exige detenerse en cada uno de éstos
componentes, así como comprender su vínculo con lo colectivo. Pues, los estados
psíquicos colectivos se expresan en las formas, en las estructuras de las
instituciones y las costumbres, en las creencias y en los productos del grupo.
Es una apuesta a no centrar la atención en los aspectos individuales de las
personas, ni tampoco en los hechos sociales, sino en privilegiar la
comunicación entre cogniciones y afectos que se extienden más allá de la unidad
individual para abarcar las prácticas sociales, la intersubjetividad, la
construcción de significados y la continua transformación de las estructuras
sociales a través de las prácticas colectivas, elementos que difuminan la
dicotomía individuo/sociedad.
Desde la psicología
clásica, se propone que la información se procesa mediante dos sistemas independientes:
un sistema cognitivo que permite representar el mundo y un sistema afectivo
mucho más específico y primitivo. Así, el comportamiento afectivo es, junto con
el cognitivo, el eje central del funcionamiento psíquico (Schlosberg, 1952;
Forgas, 1991). Esta dicotomía vincula lo racional y lo irracional presente en
muchos episodios de la psicología, pues aún es objeto de atención en la
actualidad, así como marco de muchos debates a propósito de la naturaleza del
grupo.
De esta manera, es
que se separa lo que en la realidad permanece unido, es decir, lo inseparable.
Reducimos lo complejo a lo simple, para tratar de explicar en el mundo de las
ideas lo que sucede en el mundo real. El peso de esta tradición de siglos, nos
ha mantenido tributarios de una razón magnificada -universal y objetiva- que
desecha lo emocional por considerarlo obstáculo para el pensar correcto y para
el buen vivir, mientras las emociones son consideradas como elementos
irracionales que particularizan y subjetivan el pensar, que ha de ser -si se
quiere ser científico verdadero- universal y necesario como lo es la realidad
(Salcedo y Pérez, 2002).
La racionalización
como elemento de la estructura psíquica
Si bien es difícil
brindar una explicación sencilla a qué es la racionalidad, desde la psicología
se distinguen tres tipos de concepciones: la cultural-ideológica, la cual
concibe la conducta racional como aquella en la que el sujeto reflexiona y
realiza introspección; la que se basa en el principio Minimax, el cual postula
maximizar las utilidades al mínimo coste; y la lógico-formal, en está, el actor
racional es aquel que busca obtener fines coincidentes con sus intereses,
empleando los medios más apropiados para ello (Morales, Moya, Rebolloso, Huici,
Fenrández- Dols, Pérez y Pérez, 1994). Estas concepciones sobre la racionalidad
no sólo dejan de lado las cuestiones morales, sino también continentes enteros
de reflexión sociológica con sus preocupaciones por las clases, los roles, los
sistemas de acción, etcétera, aún cuando brindan una apariencia de realismo
crudo, un aire de franqueza que las hace parecer, a simple vista, modelos de
pensamiento científico (Escalante, 2009).
Pese a ello, en la
psicología, el modelo de la decisión racional es el que predomina, en gran
parte debido a la preeminencia anglosajona en las ciencias sociales (Morales y
cols., 1994). Sumando el hecho que la psicología en particular, tiene el
cometido intelectual de redefinir al hombre y a su mente a la luz de las nuevas
necesidades sociales, lo cual hizo inevitable que a partir de la segunda mitad
del siglo pasado, la computación se tomará como metáfora de la ciencia
cognitiva. Así, todos los procesos mentales o cognitivos como la atención, la
percepción, la memoria, el pensamiento y la utilización del lenguaje se
tratarán como procesos que ocurren automáticamente y de modo independiente a
las formas sociales, culturales, etcétera (Bruner, 2006).
En este contexto, se
presupone que las cogniciones preceden a las conductas, y las elecciones son
conscientes e intencionales, por tanto, racionales, con dos presupuestos
centrales: a) se espera que las personas intenten conseguir los beneficios y
minimizar los costes y, b) existe un procesamiento cognitivo de la información
acerca de la probabilidad de los beneficios y costes asociados a las distintas
posibilidades de acción (Morales, 2002). El cognitivismo como la vertiente
explicativa que ofrece garantías de su propia validez a partir de
procedimientos lógicos y técnicas que permiten tratar la información de la
forma más objetiva posible, supone un sujeto óptimo (Rouquette, 1994), guiado
por el razonamiento lógico-deductivo. Culmina con la predictibilidad de la
ciencia psicológica al hacer una separación radical entre sujeto y objeto,
entre subjetividad y mundo externo al sujeto, donde los métodos de
investigación se concretan en diseños predefinidos, cerrados con la firme
intención de encontrar la verdad.
No obstante, son
muchos los estudios que se han centrado en las relaciones entre cognición y
emoción, en específico en el modo en que los diferentes estados de ánimo
influencian nuestras percepciones y juicios sociales, y en definitiva nuestra
conducta social. Entre los datos sobresalientes en este sentido se encuentra
que los estados de ánimo positivo facilitan el aprendizaje y la ejecución,
facilitan el auto-control, aumentan el auto-refuerzo, aumentan las respuestas
altruistas, la sociabilidad y el contacto social, así como la persuasión;
mientras los estados de ánimo negativo, en general, tienen el efecto inverso. De
lo que se deduce que los procesos emocionales no se pueden reducir a un
determinado tipo de activación de la memoria semántica, ni pueden ser
analizados sólo como prototipos o esquemas de conocimiento procedimental.
Postulando la existencia de un sistema emocional diferenciado del cognitivo
(Páez y Carbonero, 1993).
Son numerosas las
propuestas cognitivas que ven en la habilidad para resolver problemas la
importancia del contexto social, donde la capacidad de resolución de problemas
por parte de los sujetos, les permite abordar una situación en la cual
persiguen un objetivo definido desde el mundo de valores y creencias resultado
de la elaboración de un producto cultural (Gardner, 2005). Pues, los procesos
de razonamiento se nutren de información simbólica y entregan datos simbólicos,
no inferidos a partir de la lógica, sino simplemente inducidos a partir de
observaciones empíricas o postulados aún más simples, porque regularmente las
decisiones no son elecciones que abarcan grandes áreas de la vida, por el contrario
generalmente atañen a circunstancias más bien específicas, por tanto, la razón
humana no es un instrumento para modelar o predecir el equilibrio general del
sistema del mundo, o crear un modelo general que considere todas las variables
en todo tiempo, sino un instrumento para explorar necesidades, problemas
parciales y específicos (Simon, 1989).
La acentuación
sesgada de la psicología científica, al postular lo racional como la capacidad
y eficiencia, mientras que considera la irracionalidad como la insuficiencia,
ha llevado a perder de vista la forma, aquello que comporta de manera conjunta
un carácter racional y afectivo, cognitivo y emocional, mental y material,
siempre suprapersonal, pero capacitado para actuar autónomamente (Fernández,
2004). Por lo que en numerosas ocasiones la afectividad aparece, cuando se
nombra, como aquella parte añadida a la vertiente racional de algún asunto,
para dar cuenta de algo que apenas logramos aprehender desde una lógica
racional. Así, la afectividad (con sus pasiones, emociones, sentimientos...)
sirve para explicar lo que no se puede explicar desde los postulados
racionales.
Los afectos como
elemento de la estructura psíquica
El afecto es la
experiencia psicológica más elemental a la cual se tiene acceso mediante
introspección y constituye el núcleo central de la emoción (Russell y Barrett,
1999). Los afectos se sienten, son la experimentación de algo, sea un suceso
complejo, un recuerdo, una imagen visual, una melodía, etcétera; como algo
positivo o negativo, bueno o malo, atractivo o repulsivo, agradable o
desagradable y la valencia o valoración se traduce en la cualidad de su
experiencia (Aguado, 2005). La afectividad es el conjunto de estados y
expresiones anímicas, ubicados dentro de un continuo cuyos polos son el agrado
y el desagrado, a través de los cuales el individuo se implica en una relación
consigo mismo y con su ambiente (Fiske y Taylor, 1991; León y Montenegro, 1998;
Garrido, 2000; Elster, 2002; Aguado, 2005).
Los afectos se deben
entender como un devenir en el que la pregunta es por lo que se está haciendo y
no por lo que ya está hecho. Se trata más de un acontecimiento que de una cosa.
De momento pues, lo importante es que la afectividad se mueve y a su vez hace
mover. La afectividad es algo que se siente, no medible en términos
cronológicos sino como experiencia colectiva, compartida, al tener una duración
distinta a la mera yuxtaposición de instantes ordenados uno tras otro. El
afecto es en suma, el elemento irreductible, la molécula básica de todas las
emociones y los estados de ánimo, y su característica esencial es que se
siente, pero no se elabora solamente de manera cognitiva (Fernández-Dols,
Carrera y Oceja, 2002).
De esta manera es que
se dice que los afectos son construidos psicosocialmente e incluyen a las
emociones: reacciones momentáneas de gran intensidad, con manifestaciones
neurovegetativas (sudor, temblor, rubor, etcétera) y con expresiones socialmente
codificadas; e incluyen también a los sentimientos: estados afectivos
relativamente duraderos y a la vez modificables a través del tiempo (Montero,
2005).
Por tanto, el afecto
es un elemento irreductible cuya característica es no ser un fenómeno cognitivo
per se (Elster, 2002; Fernández-Dols, Carrera y Oceja, 2002). Se vive en el
seno de grupos más o menos bien delimitados, al interior de los cuales se
ejerce una acción contagiosa donde todo estado afectivo un poco claro tiende a
resonar sobre el grupo y a beneficiarse por reacción de esta resonancia, pues
cuanto más socialmente adaptado es el medio más es la participación en él, y
más la fuerza que adquiere la emoción (Fernández, 2000). Por el contrario, si
no existe el medio, la emoción no realiza todas sus virtualidades mentales y
motrices. Por regla, las emociones nacen, crecen y se acotan en un medio humano
adonde se nutren con su propia conmoción (Blondel, 1945).
Por eso no sólo los
cambios fisiológicos y sensaciones habrán de considerarse para la comprensión
de los afectos. Si bien algunas emociones pueden ser episódicas con un
sentimiento y reacción fisiológica inmediata, otras aparecen totalmente ligadas
a los sistemas de creencias y valores de los grupos, de manera que la expresión
física y fisiológica casi no aparece. Así, aún cuando la emoción sea una
vivencia y no un estado de conciencia, no significa que no tenga relaciones con
el pensamiento, pues las emociones pueden dar color a los pensamientos. Esto se
entiende cuando los pensamientos son considerados, buenos o malos, positivos o
negativos y provocan agrado o desagrado, aceptación o rechazo.
Es así, que las
emociones y los sentimientos pueden estar influidos por los sistemas de
creencias culturales y morales. Éstos se encuentran fuertemente ligados al
orden social e implican patrones socioculturales determinados por la
experiencia que se manifiestan en situaciones sociales específicas (Rodríguez,
2008). De esta forma, se revela la participación de la cultura en la manera en
cómo se experimentan las emociones. La cultura brinda las valoraciones con que
son evaluados los sucesos y los comportamientos, ya que éstos pueden ser vistos
como apropiados o no en función de las normas sociales bajo las cuales se rigen
las personas. Esto, en el entendido que los sistemas simbólicos utilizados por
los individuos al construir el significado son sistemas ya existentes,
profundamente arraigados en el lenguaje y la cultura (Bruner, 2006).
Las reglas de
expresión emocional se aprenden de cada cultura, de manera que la conducta no
verbal asociada a las emociones se podría intensificar o debilitar, sustituir o
incluso neutralizar según las reglas de interpretación cultural (Ekman, 1972;
Mercadillo, Díaz y Barrio, 2007). De esta manera, la cultura participa del proceso
comunicativo y las emociones serían uno de los contenidos en la negociación de
significados. Como menciona Fernández (2000), la afectividad es un evento que
no pasa únicamente por el discurso o la racionalidad, aunque sí por la vida.
Las emociones penetran
el lenguaje desde la entonación hasta el sentido. Una vida sin emoción es una
vida sin sentido. Estas afirmaciones no son banales, llevan tras de sí un largo
camino de investigación y reflexiones (Shanker y Reygadas, 2002).
Objetivamente, las emociones y los sentimientos importan porque muchas formas
de comportamiento humano serían ininteligibles si no se vieran a través del
prisma de los afectos (Elster, 2002). Las reacciones afectivas, al ser
difíciles de describir y verbalizar, descansan en comportamientos no verbales
para su comunicación (Zajonc, 1980). Por esto, los afectos son eminentemente
comunicables porque para desarrollarse e incluso para ser, tienen la necesidad
de comunicarse (Blondel, 1945; Fernández, 2000; Fernández, Carrera, Sánchez y Páez,
2002).
La afectividad es un
aspecto constitutivo de la actividad humana expresada en los innumerables actos
de la vida cotidiana, y constituye un conjunto de guiones socialmente
compartidos que se adaptan y ajustan al entorno socio-cultural y semiótico
inmediato (Markus y Kitayama, 1994). Los afectos son creaciones culturales
primigenias, pensamientos muy primeros, hechos de sustancia táctil, próxima y
lenta, constituidos de materiales físicos y psíquicos; son una compenetración
de gestos y materiales, entre la gente que vive y las cosas que utiliza para
hacerlo, borrándose la posibilidad de establecer la diferencia entre
pensamientos y sentimientos, excepto como extremos de una misma realidad
(Fernández, 2007).
Asoma así, la
afectividad colectiva, pues cualquier sentimiento, por pequeño que sea,
solamente puede ser comprendido en referencia a algún modo de grupo, situación,
sociedad y contexto (Fernández, 2000). Dicha afectividad se manifiesta tanto en
estados corporales, gestos, objetos e imágenes que son la sustancia de los
motivos, valores, significados, aspiraciones o desilusiones, síndrome complejo
que tiene manifestaciones semiológicas sobre los planos psicológico,
fisiológico y de conducta (Sherer, 1993), fuertemente
culturalizados-semiotizados a partir de sus manifestaciones físicas (Plantin y
Gutiérrez, 2009).
La estructura psíquica
colectiva
No sólo se trata de
razones o afectos, sino de la relación, incluso traslape, de ambos, en por al
menos tres aspectos: la cognición como generadora de emociones; la cognición
que es influida por la emoción; y la cognición cuando tiene como objeto
intencional o propósito una emoción concreta (Elster, 2002); además de lo
moral, la cultura, el tiempo y el espacio. De esta manera, tanto las
cogniciones como las emociones pueden ser estudiadas como efectos o como
causas, si se identifican las condiciones en las que tienden a aparecer, al
considerar el vínculo entre la situación detonante; o ser utilizados para
explicar otros fenómenos, incluyendo estados mentales o entornos.
Por tanto, la idea de
que la mente está compuesta y es producto del desarrollo filogenético de
múltiples subsistemas, cada uno programado para madurar en un tiempo fijo,
dispuesto genéticamente a operar a partir de leyes de desarrollo internas e
independientes de la acción sociocultural del individuo, no es posible, tomando
en cuenta los avances en muchas áreas del saber, entre ellos la biología y la
neurobiología, que indican que la clásica visión racional-irracional del
comportamiento humano es tan errónea como el determinismo genético y el
innatismo que no explican el surgimiento del lenguaje ni el de la emoción
(Shanker y Reygadas, 2002). Lo que existe es un entramado de observaciones,
emociones, valores, creencias, intuiciones y juicios que se relacionan
profundamente a la información cognitiva y afectiva que nos coloca en
disposición de actuar y sentir.
En la
psique-colectiva se presenta una relación interminable e indisoluble entre
cognición y emoción, donde no se puede precisar con exactitud dónde empieza una
y comienza la otra, pues el comportamiento afectivo es, junto con el cognitivo,
el eje central del funcionamiento psíquico colectivo. Esto encamina a suponer
una razón cognitiva y una razón afectiva, las cuales se desenvuelven bajo una lógica
propia pero con un principio de experiencia compartida, donde se desarrolla el
sentido común, se produce la conversación, se posibilita la transformación, el
aprendizaje y la construcción de sentido colectivo (Fernández, 1988).
La psique-colectiva se
hace de comunicación, donde no sólo se realizan inferencias lógicas en un
contexto dado, sino también involucra a quienes pertenecen a éste, pues no se
trata de una realidad objetiva física, ni de una realidad subjetiva psíquica,
sino de una realidad intersubjetiva simbólica de comunicación (Fernández,
1988). Así, la esencia de la comunicación se encuentra en los procesos de
relación e interacción, pues todo comportamiento humano tiene un valor
comunicativo permanente que integra múltiples modos de expresión como la
palabra, el gesto, el espacio, etcétera (Mattelart y Mattelart, 2005).
La comunicación es
una acción transformadora implícita en las prácticas, en donde la interacción
material y simbólica entre sujetos concretamente situados. Supone la recurrencia
por parte de estos a sistemas de significación que determinan la producción y
reproducción de sentido en un tiempo y un espacio, es decir, en un contexto
(Fuentes, 1999).
En este sentido, la
razón y el afecto se extienden más allá del territorio corporal de los
propietarios individuales de la conciencia. Esto implica forzosamente un
proceso interpretativo, pues el conocimiento del mundo y nosotros mismos está
vinculado a la interpretación que se realiza desde el marco lingüístico y
cultural en donde nos desenvolvemos. Entonces, el ser humano es reconocido como
un agente parcialmente auto-determinado por una sensibilidad particular hacia
el contexto socio-histórico, pero práctico y reflexivo en y para la vida
cotidiana mediante el lenguaje y la significación (Íñiguez, 2005).
Pensar la realidad
colectiva implica colocar el acento en la interacción, pero no en la
interacción que plantea la dualidad individuo/sociedad, sino en la realidad que
no está ni dentro ni fuera de los individuos, sino entre ellos, es decir, en
la intersubjetividad. Ésta produce significados sólo analizables en
el nivel colectivo, significados, no sólo generados por los individuos en
interacción, sino también dentro de ciertos límites espaciales y temporales,
vinculados con los significados acumulados socialmente (Fernández, 2000). La
intersubjetividad es una acción recíproca y se compone de elementos que
atraviesan tanto el nivel subjetivo como el intersubjetivo; abarca tanto a los
individuos, como a los grupos, los contextos de interacción, las producciones
discursivas y los intercambios verbales. Ésta refiere a una creencia inserta en
una situación con un marco espacio-temporal, campo social o institucional,
universo de discursos o creencia derivada de un entrelazamiento de principios,
de evidencias empíricas, lógicas o morales, pero que es compartida
colectivamente porque tiene sentido para los actores involucrados (Jodelet,
2008).
La intersubjetividad
se encuentra relacionada con el discurso, pero no queda reducida al mismo.
Esto, en el entendido que los discursos expresan significados, pero no los
agotan, desde el momento que pueden existir estados de ánimo, emociones o
afectos que no logran expresarse en ellos. Así, el sentido colectivo no está en
la correspondencia de las palabras con una realidad física o mental, sino en la
dirección de éstas. El sentido no está en los enlaces gramaticales, en el
conjunto de significados encadenados para producir las oraciones (Plantin,
2002). El sentido, parece estar en otra parte y, sin embargo, más allá de la
frase no hay nada más, sólo, lo no dicho, porque las palabras, las acciones
pueden parecer iguales o semejantes, pero tener su origen en los más diversos
motivos y por tanto tener sentidos muy diferentes para los actores.
El sentido psico-colectivo
refiere tanto a una entidad semántica que tiene significado, carácter simbólico
y capacidad de representación, como a una entidad de orientación, es decir,
dirección. En tal caso, el sentido tiene una carga simbólico-representativa que
rebasa la materialidad conductual, para ligarse a la narratividad discursiva y
a su intencionalidad. Ésta consiste en la dirección que aparece como contenido
simbólico y funciona en tanto determina un conjunto de condiciones obligadas a
cumplirse para que la creencia se conforme y/o satisfaga (García 2007).
Lo expuesto en líneas
anteriores permite exponer que la realidad, la comunicación y la colectividad
son una misma entidad. Así, la existencia de la comunicación está condicionada
a la existencia de una colectividad, que comparta símbolos y significados, al
tiempo que la colectividad es un acuerdo intersubjetivo comunicativo que pone
el acento, no en el individuo ni en la sociedad, sino en el medio de éstos, en
el nosotros, en la interacción que no está ni dentro ni fuera de los
individuos, sino entre ellos (Fernández, 2001). Interacción hecha de
convenciones lingüísticas, de presupuestos compartidos, de significados comunes
y no sólo compartidos al producirse y reproducirse por los actores mediante
prácticas y actos comunicativos, gracias a un trasfondo de saberes, normas e
historia.
El entorno
psico-colectivo delineado, da cuenta de la necesidad de comprender las
representaciones y tendencias de los grupos así como sus tradiciones, recuerdos
y conceptos dentro de sus pensamientos y sentimientos. El entorno
psico-colectivo es sólo posible si existe un universo simbólico de sentidos
compartidos, construidos socialmente, que permiten la interacción entre
subjetividades diferentes, mediante la comunicación dentro de un contexto,
donde los que participan establecen y sostienen un ritmo y movimiento
compartido.
La estructura
psico-colectiva está hecha de construcciones socio-históricas, de afectos y
cogniciones, resultado de elementos contingentes y circunstanciales del contexto
donde surge la colectividad, esto implica forzosamente un proceso
interpretativo, ya que ningún proceso social puede darse sin éste, pues nuestro
conocimiento del mundo y de nosotros mismos está vinculado a la interpretación
realizada desde el marco lingüístico y cultural. En esta medida, la estructura
psico-colectiva no queda reducida a los discursos manifiestos o contenidos en
las prácticas de manera implícita, sino, como un proceso colectivo que da
sentido y trasciende lo individual y lo social.
Conclusión
A manera de colofón,
y a partir de los elementos descritos anteriormente, es posible considerar la
realidad psico-colectiva como hecha de comunicación cotidiana, donde se
conjugan las normas, las tradiciones, las corrientes de opinión, los pensamientos,
también los afectos que dan sentido a los signos y posibilitan la comprensión
de los procesos de creación y recreación de símbolos con los cuales una
colectividad conforma su realidad al hacer inteligibles las interpretaciones de
un entramado de significaciones. Realidad hecha de intersubjetividad, principio
de experiencia compartida, de desarrollo de sentido común, que ofrece la
posibilidad de transformar, aprender, construir, de asimilar la cultura.
La relación
interminable e indisoluble entre cognición y emoción, que se plantea a lo largo
de este documento, donde no se puede precisar con exactitud donde comienza una
y termina la otra, resulta el eje central del funcionamiento psíquico
colectivo, bajo el principio de experiencia compartida, donde se produce la
conversación y se posibilita la construcción de sentido. Relación que traza
cambios epistemológicos y metodológicos y requiere una mirada más amplia de lo
social, y donde pierde fuerza el enfoque binario del conocimiento. Esto no
significa, de ninguna manera, poner énfasis en los particularismos o la
fragmentación del conocimiento, sino más bien en la integración y síntesis, en
la interacción.
Se trata del
pensamiento y afectividad que desborda y rebasa los límites de las conciencias
individuales y de las instituciones y sólo existen plena e irreductiblemente en
el ámbito colectivo.
Así, lo colectivo
debe ser considerado como un hecho aplicado a un sistema intersubjetivo, donde
los afectos no son sólo un componente consecuente de un cúmulo de informaciones
y creencias socialmente normadas, pero tampoco algo impredecible, aunque sí
creativo, producto de elementos contingentes. De esta forma, la realidad
colectiva no parte solamente de la acción recíproca entre dos o más objetos,
con una o más propiedades, sino de la coincidencia en el espacio y en el tiempo
de éstos. Esta realidad nace en el seno de la interacción intersubjetiva con
base en las convenciones lingüísticas, y los presupuestos compartidos gracias a
la existencia de un mundo de significados comunes.
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